

Maspalomas, 16 de Octubre de 2011.
Querida hermana:
He tenido una revelación. No pienses que me he vuelto un místico, por favor. Simplemente ocurre que en este torbellino de ideas que es mi tonta cabeza se ha aposentado una que da vueltas y vueltas como las espirales de ciertas galaxias. Sabes que desde la primera adolescencia me he mantenido firme y obtuso en la creencia de la no existencia de dios, a pesar de necesitarlo de vez en cuando en las horas bajas. Pues ya ves, ahora creo que sí, que lo hubo y tal vez aún esté por ahí sin declararse como tal, agazapado y a la espera de su segunda transubstanciación. Por supuesto que ninguno de los dioses que promocionan las religiones humanas, ávidas de negocio y de poder, tiene que ver con esto.
Antes de que hubiera tiempo, espacio, moléculas, cuásar, nano partículas o agujeros de gusano, solo existía la ausencia de todo, la negrura infinita y en ella se expandía y se encogía dios, es decir lo que nosotros llamamos Hidrógeno, tan pequeño que apenas era nada en la nada. Como era único, como no tenía miembros ni vísceras ni conciencia, desconocía la realidad de su propia vida. Pero hete aquí que no fue cierto que estuviera solo. Otro dios deambulaba por la negrura interminable. A éste le llamamos Helio. En teoría, por la ausencia de cualquier medida, fuerza o energía, la probabilidad de que pudieran encontrarse era tan infinitamente imposible, que se encontraron, se atrajeron, se desearon, se volvieron locos el uno por el otro e, irremediablemente, se fusionaron violentamente, se penetraron y fecundaron con una pasión que jamás ha tornado a repetirse. Este orgasmo divino fue de tal magnitud que el infinito tembló y ardió, henchido de luz y nuevos dioses que a su vez copularon y copularon con apasionada violencia y así, hasta la fecha. O sea que toda esa historia de la gran explosión, no es más que una bobada que se les ha ocurrido a los sabios para no reconocer algo tan sencillo como que dios no fue más que una molécula de hidrogeno que se enamoró perdidamente de otra de helio y que todos somos hijos de ese primer polvo cósmico.
Claro que estas son solo las ideas de un pobre lego en la materia, de manera que cualquier entendido podrá reír a mandíbula batiente con semejantes tonterías. Solo espero que no aparezca algún espabilado, que siempre los ha habido en todos los tiempos, y olfateando un buen negocio, se le ocurra montar una nueva religión para acojonarnos y cobrarnos los diezmos y primicias a cambio de su intersección entre nosotros, pobres e ignorantes criaturas, y el padre, el hijo y el espíritu santo.
Un abrazo muy fuerte, de tu fiel hermano.
Carta nº4
